En estos días, en que el mundo se debate entre el
miedo y los radicalismos religiosos, se nos plantea la vieja disyuntiva entre
fe y ciencia. Sea cuál sea la decisión "la universalidad de las creencias
religiosas sugiere que fueron útiles para la supervivencia y favorecidas por la
selección natural". Aquí este texto, sobre ese sentido.
Los
estudios con gemelos idénticos y mellizos separados al nacer llevados a cabo
por el investigador Thomas Bouchard muestran que la carga genética está
relacionada con lo religiosa que es una persona. Los gemelos nacidos de un
mismo óvulo tenían una forma de pensar mucho más parecida entre sí que los
mellizos que nacieron a la vez pero de distintos óvulos. Uno de los hallazgos
más llamativos de este tipo de estudios es que si un gemelo era criado en una
familia atea y otro en una católica practicante, ambos acabarían manifestando
de un modo muy similar su fe o su falta de ella. Además, Bouchard vio que la
relación entre la influencia genética se incrementa respecto a la del entorno
con el paso de los años, cuando la influencia de los educadores se reduce.
"El único gesto es creer o no. Algunas veces hasta creer llorando".
Chico
Buarque.
Un trabajo
realizado por psicólogos de la Universidad de Queensland, en Australia,
planteaba que creer en que el futuro es predecible incrementa la percepción de
que ese futuro se puede controlar. Por lo tanto, explicaban, “la creencia en la
precognición [la capacidad para predecir el futuro] debería ser particularmente
fuerte cuando la gente más desea el control, es decir, cuando no lo tienen”.
Sus experimentos comprobaron que las personas que sienten que no pueden manejar
una situación creen más en los futurólogos que los que creen que tienen todo
bajo control.
Esta
relación entre atracción por poderes ocultos e incertidumbre, también se ha
observado tras atentados como los de ayer en Bruselas. En EE UU, tras el 11-S,
se multiplicaron las ventas de los libros del astrólogo del siglo XVI
Nostradamus. En las semanas que siguieron a los ataques, el bestseller francés
coló en la lista de los más vendidos de la tienda Amazon tres versiones de sus
célebres y ambiguas predicciones, en las que algunos interpretan que adivinó la
llegada de Hitler al poder o la epidemia del sida.
Junto a las
necesidades particulares que puede satisfacer la religión, varias hipótesis han
tratado de explicar la tendencia humana a creer en dioses a través de sus
efectos sobre los grupos. En las sociedades del paleolítico, probablemente
igualitarias y sin sistemas para imponer el orden por la fuerza a la manera de
los Estados modernos, la religión habría servido para fortalecer los vínculos
entre los individuos de la tribu y controlar los impulsos egoístas por miedo al
castigo divino. Experimentos como los realizados por Jesse Bering, psicólogo de
la Universidad Queens de Belfast, muestran que los niños son menos proclives a
engañar cuando piensan que les vigila un ente invisible. En su opinión, este
tipo de resultados sugiere que creer en que los dioses o los ancestros muertos
nos vigilan sirvió para fortalecer la cooperación en los grupos de cazadores
recolectores.
Aunque
existen dudas sobre la posibilidad de que la selección natural actúe sobre
grupos en lugar de sobre individuos, hay biólogos como Eduard O. Wilson que
creen que en las sociedades humanas primitivas se dieron las circunstancias
para hacerlo posible. Por un lado, el igualitarismo habría facilitado que los
individuos altruistas transmitiesen sus genes a la siguiente generación, y por
otro, las continuas guerras con otras tribus acabarían por beneficiar a los
miembros de grupos más cohesionados.
Más
adelante, según proponía un estudio publicado recientemente en la revista
Nature, la creencia en un dios moralista, omnisciente y capaz de castigar a
quien no siguiese sus mandamientos, se convirtió en un pilar sobre el que se
construyeron las sociedades complejas. A diferencia de los humanos que vivieron
en los pequeños grupos de cazadores recolectores antes de la aparición de la
ganadería y la agricultura, los habitantes de los Estados civilizados no
conocían personalmente a todos los miembros de su sociedad. La presencia del
dios vigilante habría servido para fomentar la cooperación entre desconocidos
que compartían religión.
La religiosidad,
que fue útil en algunos momentos de la evolución humana, no está exenta de
efectos negativos. La capacidad de cooperar evolucionó en un entorno en el
reforzar los lazos con los miembros de nuestro grupo cultural era clave para la
supervivencia, en buena medida porque era necesario para enfrentarse con éxito
a otros grupos. Antropólogos como Michael Tomasello afirman que “las
diferencias de trato a los miembros del grupo y a los que no lo son” son uno de
los “hallazgos más sólidos de la psicología”. Por su parte, el sociólogo Robb
Willer, de la Universidad de Stanford (EE UU), ha observado que las personas no
creyentes se veían más motivadas por la compasión a la hora de ser generosas.
Para quienes tenían fe, las emociones eran menos importantes en su decisión de
ayudar al prójimo que, por ejemplo, la identidad de grupo. El instinto de
desconfiar de las personas que no consideramos de nuestro grupo se ha azuzado
durante milenios para enfrentar a unos humanos contra otros con los más
diversos intereses y en esa tarea, la religión, tan eficaz para unir, también
lo ha sido para separar.
Tomado de El País
Daniel Mediavilla
Divulgadormultimedia.blogspot.de
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