Alemania, vive por estos días una época enrarecida de incertidumbre y polémica. Con las sombra del miedo y la confrontación. La aparición en el escenario político y social del grupo, (Patriotische Europäer Gegen die Islamisierungdes Abendlandes), Pegida, Los “PatriotasEuropeos contra la Islamización de Occidente”, ha generado un clima xenófobo que el gobierno y la sociedad alemana deben abordar desde el diálogo y la educación.
El pasado octubre en Colonia, se
vivió la primera manifestación, toda una batalla campal entre “Hooligans y salafistas”. La policía local tuvo que
emplearse a fondo, para calmar a más de 4.000 seguidores violentos; armados con
palos y cadenas, entre mezclados con neonazis y skiners (cabezas rapadas), para
según ellos, protestar por el exceso de
inmigrantes e islamistas.
El sábado anterior, un grupo radical atacó un centro de albergue para acoger a 80 exiliados en Núremberg, los agresores, dejaron pintadas esvásticas, proclamas racistas y destrozaron el lugar, quemándolo completamente, por fortuna todavía no estaba habitado, lo que ha llevado a que el gobierno de Angela Merkel se pronuncié y rechace los hechos. La canciller calificó la agresión de «inaceptable». «Todo el que venga a nuestro país tiene derecho a ser tratado con decencia», explicó en el congreso de su socio bávaro, la CSU.
El lunes 15 de diciembre, el grupo Pegida logró reunir a más de 15 mil personas,
según los organizadores en Dresde al Este del país, para seguir protestando
como cada lunes de los últimos meses por la excesiva generosidad con los
asilados y refugiados, los abusos de los inmigrantes con las ayudas sociales y
por lo que ellos creen es la más ferviente amenaza contra la sociedad alemana,
europea y cristiana.
Alemania, es un país de tradición
inmigrante y sólo hay que caminar por
una calle de Frankfurt o Berlín para constatar que es una sociedad, aunque
reacia, llena de mezclas. Los datos estiman que en la cuarta mejor economía del mundo, conviven
unos 7,5 millones de personas de otras nacionalidades en 2013, según el Registro
Central de Extranjeros (AZR, por sus siglas en alemán), lo que supone un
incremento del 4,1 por ciento con respecto al año anterior, lo que equivale a
aproximadamente 293.000 personas, los analistas confirman que mucho tiene que
ver la crisis del sur de Europa y los continuos conflictos en África, entre
otros. En 2013 Alemania recibió a 200.000 pedidos de asilo político y se espera
que la cifra aumente el año que viene. En
2008 Alemania acogió a unos 28.000 refugiados.
El debate europeo sobre sí la
migración es una opción válida para cualquier estado, se derrumba en este país,
Alemania ocupa el segundo puesto con personas más viejas del mundo, tras Japón,
lo que la convierte en la mayor potencia europea que necesita rejuvenecer su sociedad y no sólo
mano de obra para el futuro. En 2012 la tasa de natalidad se situaba en 8,4 nacimientos por cada 1000 habitantes. Eso,
por tomar un solo dato, sin contar la mano de obra de millones de ciudadanos
turcos, africanos y recientemente de europeos, especialmente trabajadores cualificados
de España, Italia y Portugal, lo que aporta a la seguridad social y a la
economía en general. El 24 % de los alemanes creen que los extranjeros les
aportan más desventajas que ventajas, aunque los estudios económicos señalan que
es justo al revés y que son más los beneficios que los perjuicios.
Con todo ello, el resurgir de
grupos de ultraderecha y pro nazis, es una
preocupación para el gobierno de Merkel, que ya se ha pronunciado sobre
Pegida y el derecho de los extranjeros: “en
Alemania hay libertad de manifestación, pero no hay sitio para campañas de
difamación y calumnias contra los que vienen de otros países”, dijo. Por su
parte, el presidente de la República, Joachim Gauck, ha tildado de
“extremistas” a los participantes; y el ministro de Justicia, el
socialdemócrata Heiko Maas, ha dicho que
es “una vergüenza para Alemania”.
Pese a las buenas intenciones, lo
claro es que la xenofobia, la islamofobia, el rechazo a los extranjeros, las
redadas policiales o las constantes persecuciones a ciudadanos negros o de piel
oscura son cada día mayores, desafortunadamente. Hace 4 años un estudio de la
Unión Europea demostró que los documentos de identidad de los ciudadanos “de
aspecto reconociblemente extranjero” eran controlados por la policía federal en
las estaciones de trenes y aeropuertos con mucha más frecuencia que los de
personas “presumiblemente germanas”. Amnistía Internacional y el Instituto
Alemán de Derechos Humanos denunciaron que ese tipo de procedimientos
despertaba recelo entre distintos grupos sociales.
Astrid
Jacobsen, directora de ese estudio –titulado Cualificación intercultural de
la policía–, ha dicho que los policías alemanes blancos han estado expuestos a
los mismos clichés raciales que el resto de la población alemana blanca. A su
juicio, eso se debe a que la gran mayoría de los policías proviene de la clase
media y a que, en este grupo social, los prejuicios raciales están muy
difundidos. Según Jacobsen, el deseo de deslindarse del “otro” y el temor a que
“el otro nos quite algo” juega un rol importante en la generalización de esas
creencias”, concluye
Pegida o el resurgir de los miedos
El caso de Pegida, es bastante
representativo, en la marcha del pasado lunes, se pudo ver a familias
completas, mujeres, hombres y gente del común, participando y mostrando su
inconformismo por lo que consideran un ataque a la “nacionalidad alemana”. “No
somos extremistas ni ultras. Todo lo que queremos es conservar la identidad
alemana”, clamaban desde el centro de la
protesta, mientras gritaban: “Somos el pueblo. Somos el pueblo”.
La agrupación fundada por Lutz Bachmann, un personaje
de dudosa reputación que ha tenido problemas con la justicia por tráfico de
drogas, robo y violencia. Se ha extendido a otras ciudades que juegan con las
iniciales de cada una, donde se convoca para cambiar el nombre de la protesta:
Dügida en Düsseldorf, Kassida en Kassel, pero su centro es Dresde.
Sus lemas que no son directos si
predicen mucho de lo que piensan sus participantes «Sin violencia y unidos
contra guerras religiosas en suelo alemán», para no ser tachados de racistas.
Alternativa para Alemania, el partido antieuropeista que defiende una
inmigración selectiva, ya ha bendecido las protestas. Y es que entre los
manifestantes hay muchos ciudadanos de clase media, temerosos de que los
salafistas tomen el control del país.
Precisamente, el desasosiego es
lo que quiere hacer crecer esta organización. Es cierto que el número de
salafistas (musulmanes radicales) ha aumentado en los últimos dos años hasta
6.000, un 5 % de la población alemana es musulmana (unos 4 millones) y profesa
su religión de forma pacífica. En Dresde, por ejemplo, donde tiene su origen
Pegida, la tasa de extranjeros apenas llega al 2 %.
Sin embargo, y por fortuna no se
puede generalizar a toda la sociedad alemana como racista o que discrimina,
muchos especialistas ven en esto un problema de cultura y educación. Una cuestión
que debe debatirse desde la perspectiva de la diversidad, la reflexión y el
entendimiento, entre otras cosas, porque Alemania como Europa necesita de los
extranjeros tanto o más que su misma economía.
Por Rafa Cely Ulloa
Divulgador Multimedia
Frankfurt
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@racaliban 2014
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